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Cuarto de invitadas

Cristina Piña, poeta y ensayista

«Pizarnik es la mayor transformadora del castellano en poesía, lo vuelve oscuro y sugerente como no lo ha sido antes»

Por Esther Peñas

06/05/2022

Alejandra Pizarnik. Una de las poetas más fascinantes, inagotables y perturbadoras de la segunda mitad del XX. Esta argentina, integrada en la órbita surrealista del grupo de París (de la mano de Olga Orozco, Cortázar y Octavio Paz), bisexual, maníaco-depresiva, tendente al abuso del alcohol y de los psicofármacos, próxima a la locura, asidua a ingresos psiquiátricos, terminó por suicidarse, tras varios intentos, un 25 de septiembre de 1972. Tenía 36 años, y dejó una obra (cartas, diarios, poemarios, novelas breves, apuntes…) en la que la belleza, la transgresión y la honestidad conforman una tríada más que reconocible.

Sobre ella hablamos con la también poeta Cristina Piña (Buenos Aires, 1949), cuya biografía acaba de reeditarse, revisada y ampliada, gracias a la colaboración de Patricia Venti. El resultado: Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito (Lumen).
 
Cristina Piña, poeta y ensayista¿Cuál es la principal aportación de esta biografía revisada que incorpora parte de la investigación de Patricia Venti?
 
Creo que hay tres aportes fundamentales que se vinculan con los años 1961-1964, es decir, los que corresponden a su estadía en París, y que surgen de tres fuentes fundamentales: el diario, las conversaciones con su familia francesa y la correspondencia con León Ostrov. A partir de ellos, pudimos reconstruir ese período tan importante de Alejandra en París, donde se construye como poeta y se proyecta al plano internacional.
 
También son de gran importancia una serie de episodios de su infancia, obtenidos de las conversaciones con Myriam Pizarnik, su hermana.
 
Usted lleva buena parte de su vida analizando y explicando a Pizarnik (más de cuarenta años), a la que no conoció en persona. ¿Quién es para usted, en su biografía qué representa, Alejandra?
 
Alejandra es la mayor poeta de su generación, junto con Olga Orozco y Amelia Biagioni, y la mayor transformadora del castellano en poesía, al que vuelve oscuro y sugerente como no lo ha sido antes. Su biografía nos permite rastrear aspectos de su vida que han incidido en su obra desde el momento en que aspira a convertir su vida en poesía, en una apuesta similar a la de los poetas malditos franceses del siglo XIX y comienzos del XX, que se consagran en alma y vida al absoluto literario como instancia trascendente.
 
En cuanto a su incidencia en mi propia vida, Alejandra ha sido la escritora que más me ha fascinado, por lo cual le consagré la mayor parte de mi trayectoria de trabajo e investigación. Es que, cada vez que la leo, encuentro nuevos aspectos, nuevas relaciones, nuevos sentidos que se van sumando y que siento la necesidad de desarrollar. Además, lo que me ha instado a seguir escribiendo sobre ella es que su obra es de una riqueza inmensa, ya que no sólo es una gran poeta sino que está la Alejandra prosista, diarista, corresponsal, dramaturga, crítica literaria: una labor y una figura casi inagotables. Por eso nunca he dejado de asediarla ya que su obra me asedia a mí.
 
¿Cómo fue construyéndose la melancolía de Pizarnik, qué elemento de su biografía sirve de bujía, de origen para esa melancolía –psicoanalíticamente hablando?
 
Creo que esa melancolía surge de una quebradura en la subjetividad que se vincula con una mala identificación con sus padres, la enfermedad –escarlatina- que sufre a los 12 años y que la transforma en una chica triste tras haber sido alegre, y el ambiente de abatimiento que predomina en su casa durante la guerra y desde la imposición del nazismo en Europa Oriental. Recordemos que una buena parte de la familia, que está en Ucrania y Rusia, muere a manos de los nazis, sea en campos de concentración o en fusilamientos arbitrarios por la calle. También de la búsqueda de un amor absoluto y la simultánea certidumbre de que nadie nunca la querrá, ya que se siente fea. Porque Alejandra tiene una mala relación con el propio cuerpo manifestada en su complejo de fealdad y de gordura y en el tartamudeo que la acompaña hasta el fin de su vida. Estas desventajas las va a invertir volviéndose en la adolescencia una chica desfachatada, pero la quebradura y el no quererse a sí misma ya están instalados y se agudizarán con los años, formando ese denso velo de melancolía que se percibe en su poesía.
 
¿Por qué a diferencia de otros autores (Poe, Mallarmé, Alda Merini) no consiguió finalmente sostenerla su obra?
 
Creo que no hay tan grandes diferencias con Mallarmé y Poe por un lado, mientras que con Merini sí las hay. Porque a Merini, sin duda la sostuvo su obra, pero también su capacidad de establecer relaciones amorosas y amistosas válidas. Pero por su parte, a Poe y Mallarmé no los sostuvieron sus obras en tanto que Poe prácticamente se suicidó a fuerza de beber y Mallarmé murió de un edema de glotis, lo cual apunta claramente, como lo dice su biógrafo Charles Mauron, a que ese episodio es una metáfora psicológica del hecho de que se «tragó» la lengua poética y esta lo sofocó hasta matarlo. En ese sentido, los dos están muy cerca de Alejandra, pero no coinciden totalmente porque no hay en ellos la voluntad deliberada de morir en un momento determinado, si bien Poe, por su parte, tomó el suficiente alcohol como para morir. Con Mallarmé hay un proceso más inconsciente pero que se vincula también con su certidumbre de que su escritura no alcanzaba ese nivel ontológico casi imposible que se había impuesto. En ese sentido, es muy parecido a Alejandra. Pero ella se acerca más a los malditos como Nerval, Baudelaire, Rimbaud y Artaud.
 
¿Por qué, a su juicio, el suicidio «era inevitable que sucediera»?
 
Me parece que para quien, como Alejandra, ha hecho de la palabra poética su casa, su vida, que el lenguaje se le derrumbe, que esa «casita» perfecta y elaborada hasta el último detalle que es el poema se deshaga, como ocurre en sus últimos textos en prosa (La bucanera de Pernambuco o Hilda, la polígrafa sobre todo), es el fin de su vida y de su apuesta vital. Después de eso no queda más que la muerte. Con esto no niego que desde adolescente la acose la idea del suicidio, pero lo concreta como realidad una vez que el lenguaje se le destrozó y deja de sostener su vida, como dice en estos versos de lucidez tremenda: «¿si digo agua/ beberé?/ ¿si digo pan/ comeré?». Ese divorcio entre las palabras y las cosas le quita sustento a su tarea de toda la vida: hacer con su vida el poema. Como dice en este fragmento tan revelador: 
 

«Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir».

 
Cristina Piña, poeta y ensayistaSi en el origen había una entrega, una fe absoluta en el lenguaje, al modo de los surrealistas, con quien tan cómoda se encontraba, ¿qué ocurrió para que comenzara a brotar una sospecha hacia él, una desconfianza continua?
 
Creo que no hay un hecho determinante, sino una progresiva convicción de que el lenguaje no sostiene ni rescata de la desgracia de la vida limitada y contingente a la que estamos condenados. Esa convicción se vincula con la subjetividad dividida y la presencia cada vez más angustiante del doble, el desasosiego creciente, la falta de ese amor absoluto por el que clama pero que es incapaz de lograr, precisamente por la dimensión absoluta a la que aspira y estos aspectos la llevan por fin a la desesperación. No hay trascendencia de la palabra poética que la sostenga, pero esto no se descubre a partir de un hecho aislado sino por la sumatoria de experiencias de la vida y el lenguaje. Y esa convicción se ve claramente en los versos que cité anteriormente: «¿si digo agua/ beberé?/ ¿si digo pan/ comeré?» donde reverbera la afirmación de Jacques Lacan de que la  palabra es el asesinato de la cosa.
 
¿Qué le impedía a Alejandra construir una subjetividad?
 
Opino que, como dije antes, hay una serie de aspectos de su infancia: la mala identificación con los padres, la falta de cualquier dimensión trascendente más allá de la palabra poética, el descontento ante la limitación y el sufrimiento de la vida despojada de toda dimensión absoluta, que le impiden construir una subjetividad y así cada vez se va a sentir más divida en dos y carente de todo núcleo unificador. Pero creo que va más allá de lo puramente psicoanalítico lo que hace surgir a ese doble que la acecha sin cesar y que la enloquece en un diálogo interno incesante e implacable, presente pero no conjurado en su poesía. Considero que se trata directa y misteriosamente de una fisura ontológica.
 
¿Cuál es el mayor misterio en torno a la biografía de Pizarnik?
 
A lo que me refería en la respuesta anterior: esa fisura que la divide en dos es para mí el mayor misterio, porque no me alcanzan las herramientas del psicoanálisis para dar cuenta de ella y de ese doble cuyo acecho constante la destroza.
 
¿Qué papel cumplieron sus psicoanalistas, tanto Ostrov como Pichón Rivière, en la estabilidad emocional de Alejandra? 
 
Ostrov fue una figura de identificación paterna y una fuente de comprensión para Alejandra, como lo demuestran partes de su diario y su hermosa correspondencia con su primer analista. Claro que no la curó ni le alivió lo suficiente el sufrimiento interno, como la misma Alejandra lo dice, seguramente por la convicción —que ningún analista pudo vencer— de que su sufrimiento era incurable. 
 
Frente a esto, Pichon Rivière fue un padre perverso que no la ayudó a superar su torturada interioridad y que tuvo un poder nefasto sobre ella, como también lo demuestra el diario. Además, la empastilló más todavía de lo que Alejandra se empastillaba antes de conocerlo, con lo cual la fue llevando a un desquiciamiento mayor y finalmente al suicidio con pastillas.
 
Orozco, Cortázar, Ivonne Bordelois… ¿quién fue el sostén para Alejandra desde la amistad?
 
Alejandra Pizarnik, poetaOpino que los tres en diferentes sentidos fueron un apoyo fundamental para Alejandra. Olga como esa madre literaria, según la consideraba, si bien de un momento en adelante de su vida la critica duramente (como por otra parte lo va a hacer con todos sus amigos y personas admiradas, Cortázar incluido). Julio Cortázar es para ella un hermano mayor y como tal se remite a él, pero también toma distancia y lo critica, sobre todo en su obra. Ivonne es otra cosa: la verdadera amiga, a quien nunca critica y que siempre es un refugio y un lugar de descanso y confianza para ella. Por eso considero que es la más sólida como apoyo para Alejandra. No sabemos qué habría ocurrido si Ivonne hubiera estado en Buenos Aires cuando Alejandra se suicidó. Tal vez la historia sería diferente.
 
Los Diarios, aunque cada vez aumentan su contenido, no terminan de aparecer completos. ¿Qué se teme que se descubra en ellos?
 
Eso habría que preguntárselo a su editora, no a mí. Para mí, deberían estar publicados completos, sobre todo porque hay material invalorable como la libreta de los dos últimos años de Alejandra, que nos dan muchas claves sobre su estado en ese tiempo tremendo y trágico. También hay fragmentos relativos a su infancia que son muy importantes.
 
¿Hasta qué punto lo fascinante de su biografía ha solapado su obra?
 
Me parece que la ha solapado en el sentido de reemplazarla y armar una imagen de Alejandra desviada, en la que se subrayan solamente los aspectos que la acercan a los malditos —bisexualidad, consumo de psicofármacos y de alcohol, internaciones psiquiátricas, cercanía con la locura, vida que rompe con convenciones burguesas como seguir la moda, cumplir con rituales del tipo de casarse y tener hijos para la mujer, no respetar los horarios convencionales, no trabajar, etc.—, dejando de lado la obra y sin vincular a ambas a partir de la voluntad de hacer poesía con la vida. Por eso este tipo de vida no se comprende si no se toma en cuenta la obra considerada como un absoluto y trabajada con un arte excepcional que demuestra la importancia vital que tenía para ella. Es decir, que los aspectos más transgresores de su vida pueden tapar a la obra y quienes se quedan con esa imagen generalmente no llegan a su poesía, con lo cual su figura queda totalmente desvirtuada y su obra desconocida. Yo diría que quienes se aferran a esa imagen amarillista casi infaliblemente no han leído su obra o si lo hicieron más que verla en sí misma y en su articulación con la vida, la han visto como un mero «reflejo» de la vida, cuando es su sostén y su razón de ser, además de producto de una elaboración artística refinadísima. 
 
¿Cree que la obra de Pizarnik ocupa el lugar que merece?
 
Sin duda tiene una trascendencia internacional enorme. Ha sido traducida a todos los idiomas habituales —inglés, francés, italiano, alemán— y también a poco habituales como el esloveno, y hay una enorme cantidad de artículos, tesis doctorales y de maestría consagrados a su obra. Pero si eso ocurre en el exterior, en la Argentina no se percibe la atención que debería recibir su poesía y el resto de sus textos. Pero ya sabemos que nadie es profeta en su tierra.
 
Califica de «texto impertinente y tal vez de mala fe» el libro de César Aira a propósito de Pizarnik. ¿Por qué?
 
No me refiero al libro dedicado a su obra publicado por Beatriz Viterbo, donde también hay mala fe al considerarla más o menos una plagiaria de Antonio Porchia, pero donde señala acertadamente su vinculación con el surrealismo. Me refiero a la pequeña biografía publicada en la antología que hace para el sello español Ediciones Omega en 2001, donde dice alegremente que todos los datos los toma de textos de Ivonne Bordelois y míos, con la diferencia de que él los maneja bien mientras que nosotras mal. Además, sin decirlo explícitamente, la hace quedar como una aprovechadora de sus padres y una egocéntrica. Pero prefiero no darle más espacio a esos textos reticentes si no malintencionados.
 
Dígame algunos versos de Alejandra que a usted le sigan conmoviendo…
 
Son muchos, pero elijo un poema en prosa y un brevísimo fragmento también de un poema en prosa:
 

«Vida, mi vida, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche, déjate caer y doler, mi vida».

«Y que de mí sólo quede la alegría de quien pidió entrar y le fue concedido».

 
 
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